Mis hombres son chubascos. Vienen, me ennegrecen la vida, me ponen de mal humor, me frizan el pelo, me llueven un poco en la cabeza y después se van. Uno pensaría que después de tanta lluvia sale el sol, pero no. Si algo aprendí a través de los años es esto: a un chubasco siempre, sin remedio, le sigue otro.