Ya perdoné errores casi imperdonables, intenté sustituir personas insustituibles y olvidar personas inolvidables. Ya hice cosas por impulso, ya me decepcioné de personas que pensé que nunca me decepcionarían, pero también decepcioné a alguien. Ya abracé para proteger, ya me reí cuando no podía. Ya hice amigos eternos. Ya amé y fui amada, pero también fui rechazada. Ya fui amada y no supe amar. Ya grité y salté de tanta felicidad. Ya viví de amor e hice juramentos eternos, pero falle muchas veces. Ya lloré escuchando música y mirando fotos. Ya llamé sólo para escuchar una voz, ya me apasioné por una sonrisa. Ya pensé que me moriría de tristeza, tuve miedo de perder a alguien especial y lo perdí y todavía estoy viva. Tengo mis razones para dejar de creer porque creo que hice lo posible. Fui lo mejor persona que pude. Escuché mucho, acompañé, aguardé e hice silencio cuando fue necesario. Ya junté a quienes hoy se aman. Entregué muchas caricias, doné besos, amé, perdoné, pedí perdón, entendí, esperé, abrí mi corazón, lo cerré un poquito a veces pero fue un mal necesario. Consolé, abracé, dí todo lo que tenía a mano; abrí puertas a otros, entre abrí a otros tantos, marqué caminos, revelé misterios, dí recetas, y hasta me olvidé de mi misma. Tengo muchas razones para no creer y dejar de esperar. Porque hay quienes se olvidan y no valoran, o simplemente no toman en cuenta. Tengo razones para dejar de creer y esperar sobretodo cuando das lo que más estás necesitando a veces: de los demás.